miércoles, 30 de marzo de 2016

Ilustración para rótulo Restaurante Comida Caribeña

Esta es una ilustración que se hizo para colocarla en un restaurante de comida caribeña, la verdad me gustó el resultado final y quise compartirlo para que lo conocieran. No he visto aún cómo quedó el rótulo terminado, apenas tenga una imagen la comparto!!!


martes, 15 de marzo de 2016

Personajes para nueva historieta

Ay ay este deficit atencional de uno!!!, hace solo un momento hablaba de retomar la historieta que dejé a medio palo hace meses y un segundo después estoy preparando dibujos para otra historieta que ni siquiera he empezado a planear siquiera je je je je...
Qué Vida esta!!!




autorretrato a los nueve

Sigue un poco la terapia, espero pronto poder subir el final de la mini historieta de los Fantasmas personales que dejé botada hace ya unos pocos meses...


jueves, 3 de marzo de 2016

ASUMIR LA RESPONSABILIDAD DE NUESTRA PROPIA SOMBRA

Quiero compartirles con un propósito meramente informativo y sin fines de lucro un capítulo del libro Encuentro con la Sombra que me fue particularmente beneficioso, ojalá y a alguien pueda servirle igual!

(las itálicas y los resaltados son propios) 

ASUMIR LA RESPONSABILIDAD DE NUESTRA PROPIA SOMBRA

 Ken Wilber
 Probablemente el más famoso de los filósofos transpersonales de la actualidad, es un prolífico escritor, autor, entre otros, de Conciencia sin Fronteras; El Espectro de la Conciencia; El proyecto Atman; Los tres ojos del conocimiento; Cuestiones Cuánticas (todos Ed. Kairós); Up from Eden y Grace and Grit: Spirituality and Healing in the History of Treya Killam-Wilber.

Al igual que sucede con la proyección de emociones negativas también es muy común en nuestra sociedad la proyección de cualidades negativas ya que equiparamos erróneamente «negativo» con «indeseable». Pero, de ese modo, en lugar de aceptar e integrar nuestros rasgos negativos no hacemos más que alienarlos y proyectarlos viéndolos entonces en cualquiera menos en nosotros mismos.

A pesar de todo, sin embargo, esas cualidades no desaparecen sino que siguen perteneciéndonos. Veamos un ejemplo. En un grupo de diez amigas nueve de ellas quieren a Jill, pero Betty, la décima, no puede soportarla porque, según dice, es una remilgada y ella detesta la mojigatería. Por ello intenta convencer a sus amigas de la supuesta mojigatería de Jill pero nadie parece estar de acuerdo con ella, lo cual la enfurece todavía más. Quizás resulte evidente que la única razón por la que Betty odia a Jill sea su propia tendencia inconsciente a la mojigatería proyectada sobre Jill. De esta manera, un conflicto que originalmente tiene lugar entre Betty y Betty termina convirtiéndose en una disputa entre Betty y Jill. Jill, por supuesto, nada tiene que ver con ese conflicto y su único papel en esta escena se limita a actuar como espejo involuntario del desprecio que Betty siente hacia sí misma.

Todos tenemos puntos ciegos, tendencias que simplemente nos negamos a admitir como propias, rasgos que rehusamos aceptar y que, por consiguiente, vertemos hacia el exterior, blandiendo toda nuestra cólera e indignación puritana para luchar contra ellos cegados por un idealismo que nos impide reconocer que la batalla es interna y que el enemigo está mucho más cerca de lo que nos imaginamos.

Lo único que necesitamos para integrar esas facetas es concedernos a nosotros mismos la misma amabilidad y comprensión que dispensamos a nuestros amigos. Como afirmaba elocuentemente Jung:
La aceptación de uno mismo es la esencia del problema moral y el epítome de cualquier comprensión global de la vida. Dar de comer a los hambrientos, perdonar los agravios y amar a nuestros enemigos en nombre de Cristo son, sin duda, grandes virtudes. Lo que hago al último de mis hermanos se lo hago también a Cristo. Pero ¿qué sucede cuando descubro que el más insignificante de todos ellos, el más miserable de los mendigos, el más procaz de los pecadores, el verdadero enemigo, se hallan en mi interior y que soy yo mismo quien necesita de la limosna de mi propia amistad, que yo soy el enemigo que debe ser amado?1

Las consecuencias de esta situación tienen siempre una doble vertiente. En primer lugar, llegamos a creer que carecemos por completo de las cualidades que proyectamos, cualidades que, por consiguiente, permanecen fuera de nuestro alcance y no podemos actuar sobre ellas, utilizarlas ni satisfacerlas en modo alguno, lo cual nos provoca una tensión y una frustración crónica. En segundo lugar, vemos esas cualidades en nuestro entorno asumiendo proporciones aterradoras hasta el punto de que terminamos flagelándonos con nuestra propia energía.

En el nivel egoico la proyección es fácilmente identificable: Cuando una persona, o una cosa, nos informan, lo más probable es que no estemos proyectando; si, por el contrario, nos afecta es muy plausible que estemos siendo víctimas de nuestras propias proyecciones. Es perfectamente posible, por ejemplo, que Jill fuera una remilgada pero ¿sería ésa una razón suficiente para que Betty la odiara? Evidentemente no. Betty no sólo recibía información de que Jill era una remilgada sino que además se sentía fuertemente afectada por la mojigatería de Jill, un signo inequívoco de que su odio por ella no era más que el desprecio -proyectado o extravertido que sentía hacia sí misma. De modo similar, cuando Jack duda entre limpiar o no el garaje y su esposa se interesa por lo que está haciendo su reacción es exagerada. En el caso de que realmente no hubiera deseado limpiar el garaje, si ese impulso no hubiera sido realmente suyo, se hubiera limitado a responder que había cambiado de opinión. Sin embargo, Jack no hizo eso sino que se indignó con ella, «¡Qué desfachatez. Quería obligarme a limpiar el garaje!» Jack había proyectado su propio deseo y lo experimentaba como apremio, de modo que la inocente pregunta de su esposa no le informó sino que le afectó profundamente y se sintió injustamente presionado. Y ésta es una diferencia fundamental: lo que vemos en los demás es más o menos correcto si se limita a facilitarnos información pero si nos produce un fuerte impacto emocional no hay la menor duda de que se trata de una proyección. De este modo, tanto si estamos excesivamente ligados emocionalmente a alguien -o a algo- como si lo eludimos u odiamos, estamos abrazando o luchando respectivamente con la sombra, un signo inequívoco de que el dualismo-represión-proyección cuaternaria ha tenido lugar.

Desmantelar una proyección implica «descender» por el espectro de conciencia (desde el nivel de la sombra hasta el nivel egoico) y cuando nos re-apropiamos de aquellos aspectos que anteriormente habíamos alienado ampliamos nuestra área de identificación. Para ello, el primer paso, el paso preliminar, consiste siempre en comprender que lo que consideramos que el entorno nos hace de manera mecánica no es más que lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos. Nosotros somos los únicos responsables.

Por consiguiente, si siento ansiedad probablemente alegaré que soy una víctima indefensa de la tensión, que la gente o las situaciones son las causantes de mi ansiedad. El primer paso consiste en ser plenamente consciente de la ansiedad, establecer contacto con ella, temblar, estremecerme, tener dificultades para respirar -sentirla realmente, aceptarla y expresarla- comprender que yo soy el único responsable, que estoy tenso, que al bloquear la excitación la experimento como angustia. Yo soy el único causante de mi propia ansiedad. La angustia no es un asunto que se desarrolle entre yo y el medio ambiente sino que tiene lugar exclusivamente en mi interior. Este cambio de actitud supone que, en lugar de alienar mi excitación, en vez de desvincularme de ella y protestar por ser una víctima, he asumido la responsabilidad de lo que estoy haciendo conmigo mismo.

Si el primer paso en el proceso de «curación» de las proyecciones de la sombra es el de asumir la responsabilidad de dichas proyecciones, el segundo consiste en invertir el sentido de la proyección y hacer amablemente a los demás lo que hasta entonces nos habíamos estado haciendo despiadadamente a nosotros mismos. Si lo hacemos así, la afirmación previa de que «el mundo me rechaza» se transforma en «¡en este momento rechazo todo el condenado mundo!»; «mis padres quieren que estudie» se convierte en «quiero estudiar»; «mi pobre madre me necesita» deviene «necesito estar cerca de ella»; «tengo miedo de quedarme sólo» se traduce como «malditas las ganas que tengo hoy de ver a nadie» y «la gente siempre me critica» pasa a ser «no paro de criticar a todo el mundo».

En breve volveremos a estos dos pasos esenciales, la responsabilidad y la inversión pero, por el momento, baste con señalar que, en todos los casos de proyección de la sombra, estamos distorsionando «neuróticamente» nuestra autoimagen para hacerla aceptable. De esta manera, todas aquellas facetas de nuestra autoimagen, de nuestro ego, que no coinciden con lo que superficialmente creemos que nos interesa, todos aquellos aspectos incompatibles con las bandas filosóficas, todos aquellos rasgos que hemos alienado en momentos de stress, impasse o doble vínculo, constituyen ahora aspectos enajenados de nuestro propio potencial. Como resultado de todo ello, nuestra identidad va reduciéndose progresivamente hasta llegar a ser tan sólo una pequeña fracción de nuestro ego, la distorsionada y empobrecida persona y, al mismo tiempo, nos condenamos eternamente a sentirnos acosados de continuo por nuestra propia sombra, a la que ahora negamos la menor atención consciente. No obstante, la sombra siempre tiene algo que decir y pugna por abrirse paso hacia la conciencia en forma de ansiedad, culpa, miedo y depresión. La sombra deviene síntoma y se aferra a nosotros como un vampiro a su presa.

Metafóricamente hablando, podríamos decir que hemos escindido la concordia discors (El orden discordante) del psiquismo en numerosas polaridades, contrarios y opuestos (a los que nos referimos grupalmente como dualismo cuaternario) y terminamos dividiendo al psiquismo en la persona y la sombra. En cada uno de estos casos nos identificamos sólo con «medio» aspecto de la dualidad y desterramos al otro aspecto, a menudo rechazado, al tenebroso mundo de la sombra. De esta manera, la sombra se convierte precisamente en lo opuesto de la persona que consciente y deliberadamente creemos ser.

Así pues, si queremos -a modo de experimento personal saber cómo ve el mundo nuestra sombra, no tenemos más que asumir exactamente lo opuesto de lo que conscientemente deseemos, queramos, sintamos, necesitemos, intentemos o creamos. De ese modo, podremos establecer contacto consciente con nuestros opuestos, expresarlos, representarlos y, por último, recuperarlos. Después de todo, la sombra siempre tiene algo que decir y o bien nos apropiamos de ella o ella se apropia de nosotros. Si algo hemos aprendido en cada uno de los ejemplos que hemos ofrecido en este capítulo es que o bien tratamos sensatamente de ser conscientes de nuestros opuestos o nos veremos obligados a tomar conciencia de ellos.

Ahora bien, utilizar los opuestos, ser consciente y, finalmente, re-apropiamos de ellos no significa necesariamente actuar según sus dictados. Casi todo el mundo teme enfrentarse a sus opuestos por miedo a que le dominen y, sin embargo, lo que ocurre es exactamente lo contrario: sólo cuando la sombra permanece inconsciente terminamos sometidos a sus dictados aunque éstos vayan en contra de nuestra voluntad.

Para tomar cualquier decisión o elección válida debemos ser plenamente conscientes de ambos aspectos, de ambos opuestos, porque si una de las dos alternativas permanece inconsciente nuestra decisión será necesariamente inadecuada. Como lo demuestra claramente este ejemplo y el resto de los presentados en este capítulo, en cualquier área de la vida psíquica debemos afrontar nuestros opuestos y re-apropiamos de ellos, lo cual no significa necesariamente actuar según sus dictados sino simplemente ser consciente de ellos.

A medida que vamos afrontando nuestros propios opuestos cada vez resulta más evidente -y esto es algo que no nos cansaremos de repetir- que, dado que la sombra es una faceta realmente integrante del ego, todos los «síntomas» y molestias que ésta parece infligimos son, en realidad, síntomas y molestias que nos estamos infligiendo a nosotros mismos por más que protestemos conscientemente de lo contrario. Todo sucede como si de un modo deliberado nos estuviéramos pellizcando dolorosamente a nosotros mismos y pretendiéramos, al mismo tiempo, que no es así. En este nivel, cualquier síntoma -culpa, miedo, ansiedad, depresión- es la consecuencia directa de los pellizcos «mentales» que, de un modo u otro, nos estamos dando, lo cual significa ineludiblemente -por más increíble que pueda parecernos- que ¡deseamos que el doloroso síntoma en cuestión -cualquiera sea éste- desaparezca y permanezca al mismo tiempo!

Así pues, el primer opuesto al que podemos intentar enfrentarnos es el deseo oculto de mantener los síntomas, el deseo inconsciente de pellizcarnos a nosotros mismos. Señalemos, además, que cuanto más ridículo le parezca esto a un determinado individuo menos en contacto se hallará éste con su propia sombra, con esa parte de sí mismo que es la responsable de los pellizcos.

Por consiguiente, no tiene el menor sentido preguntarnos cómo puedo desembarazarme de esos síntomas porque ¡eso supondría que no soy yo quien lo está haciendo! Lo mismo ocurre si me pregunto «¿cómo puedo dejar de pellizcarme?» Mientras sigamos preocupados por dejar de pellizcarnos, mientras persistamos en intentar dejar de hacerlo es obvio que no nos habremos dado cuenta de que somos nosotros mismos quienes nos estamos pellizcando. De ese modo, no hacemos sino mantener, o incluso aumentar, el dolor. ¡Si realmente nos diéramos cuenta de que nos estamos pellizcando a nosotros mismos no nos preguntaríamos cómo dejar de hacerlo sino que simplemente dejaríamos de hacerlo de inmediato! En otras palabras, la razón por la que el síntoma no desaparece es precisamente el hecho de que estamos tratando de hacerlo desaparecer. Por este motivo Perls afirmaba que cuanto más luchamos contra un síntoma más empeora éste. El cambio deliberado nunca funciona porque excluye a la sombra.

¡No se trata de desembarazarnos de ningún síntoma sino más bien de intentar exagerarlo deliberada y conscientemente, de tratar de experimentarlo plenamente! Si estamos deprimidos procuremos deprimirnos todavía más; si estamos tensos aumentemos la tensión; si nos sentimos culpables exageremos el sentimiento de culpa. ¡Hagámoslo literalmente así! Si intentamos hacer esto reconoceremos a la sombra y por vez primera, nos solidarizaremos con ella y, por consiguiente, pasaremos a hacer conscientemente lo que hasta entonces sólo habíamos hecho de un modo inconsciente. Cuando, de un modo activo y deliberado, ponemos todo nuestro empeño en intentar reproducir nuestros síntomas estaremos reunificando realmente nuestra persona y nuestra sombra. Entonces tomaremos contacto con nuestros opuestos y nos pondremos de su parte y, en resumen, redescubriremos nuestra sombra.

Si exageramos, de modo deliberado y consciente, cualquier síntoma presente hasta llegar a darnos cuenta de que eso es lo que siempre hemos hecho estaremos, por primera vez, en situación de dejar de hacerlo. Al igual que Max, en nuestro ejemplo anterior, sólo pudo dejar de tensarse libremente después tomar clara conciencia de que era él quien se estaba tensando. Si somos libres para provocarnos más culpabilidad entonces nos percataremos espontáneamente de que también podemos hacer algo por sentirnos menos culpables. Si somos libres para deprimirnos también lo somos para no hacerlo. Mi padre tenía un remedio infalible para curar instantáneamente el hipo sacando un billete de veinte dólares y pidiendo a cambio que la víctima hipara sólo una vez más.

Admitir la ansiedad es dejar de sentirse ansioso y el modo más fácil de «dis-tensar» a una persona es invitarla a que se tense todo lo que pueda. En todos los casos, la adhesión consciente a un determinado síntoma nos libera de él.

La desaparición de los síntomas es algo que no debe preocuparnos ya que los síntomas desaparecerán sin que nos preocupemos por él. Si intentamos exagerar los opuestos sólo para desembarazarnos de un síntoma estaremos condenados al fracaso. En otras palabras, no se trata de intentar exagerar un síntoma sin entusiasmo y verificar ansiosamente si ya ha desaparecido. Si se escucha diciendo «Bien, he intentado que el síntoma empeorase pero todavía no ha desaparecido» es que no ha llegado siquiera a conectar con la sombra y se ha limitado a pronunciar una especie de conjuro intentando aplacar a los dioses y a los demonios. Nuestra propuesta, por el contrario, consiste en transformarnos deliberada y completamente en esos demonios hasta tal punto que toda nuestra atención consciente esté ocupada en producir y mantener nuestros propios síntomas.

Pero cuando tomo contacto con mis síntomas e intento identificarme deliberadamente con ellos debo recordar que, si esos síntomas tienen un núcleo emocional, se trata de una forma visible de la sombra que no sólo contiene la cualidad opuesta sino también el sentido contrario. Si, por ejemplo, me siento profundamente afectado y ofendido «a causa» de lo que cierto individuo me ha dicho, lo primero que debo hacer es darme cuenta de que yo soy el artífice de lo que me está ocurriendo, de que literalmente estoy torturándome a mí mismo. Sólo después de asumir la responsabilidad de mis propias emociones estaré en condiciones de invertir el sentido de la proyección y de ver que, aunque conscientemente abrigue buenas intenciones hacia esa persona, el sentimiento de sentirme dañado oculta, precisamente, mi deseo de dañarle. Así pues, «me siento herido por tal persona» debe traducirse como «tengo ganas de dañarla». Esto no significa que tenga que golpearle (aunque, desde luego, también pueda descargar ese impulso aporreando una almohada) sino que para integrarla basta con ser consciente de mi cólera. Mi síntoma, el dolor, no sólo refleja la cualidad opuesta sino también el sentido opuesto. Por consiguiente, tendré que asumir la responsabilidad tanto de mi cólera (que es la cualidad opuesta de mi afecto consciente hacia el individuo en cuestión) como del hecho de que la cólera parte de mí y se dirige hacia él (que es precisamente el sentido opuesto al que soy consciente).

Así pues, en el caso de la proyección de una emoción primero deberemos darnos cuenta de que lo que nosotros pensamos que el exterior nos está haciendo es, en realidad, lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos, que literalmente nos estamos atormentando a nosotros mismos y, a continuación, deberemos comprender que ése es nuestro deseo solapado de atormentar a los demás. «Nuestro deseo de atormentar a otros» puede ser, según los casos, el deseo de amarlos, de odiarlos, de tocarlos, de ponerles nerviosos, de poseerlos, de mirarlos, de matarlos, de abrazarlos, de estrujarlos, de atraer su atención, de rechazarlos, de dar, de someterlos, de jugar con ellos, de dominarlos, de engañarlos, de ensalzarlos, etc.

El segundo paso, la inversión, es esencial. Si la emoción no se descarga completamente en la dirección correcta no tardaremos en volver rápidamente al antiguo hábito de dirigirla contra nosotros mismos. Cada vez que establezcamos contacto con una emoción, como por ejemplo el odio, cada vez que comencemos a dirigir el odio hacia nosotros mismos, invirtamos su sentido ¡Dirijámoslo hacia el exterior! La alternativa es pellizcar o ser pellizcado, mirar o ser mirado, rechazar o ser rechazado.

Eliminar una proyección es algo más simple -aunque no necesariamente más fácil- cuando se trata de cualidades, rasgos o ideas proyectadas porque éstas no tienen un sentido, por lo menos un sentido tan pronunciado como sucede con las emociones. Los rasgos positivos o negativos, tales como la sabiduría, el valor, la malicia, la avaricia, etcétera, parecen ser relativamente mucho más estáticos. En este caso sólo deberemos preocupamos de la cualidad no de la dirección. Obviamente cuando estas cualidades se proyectan, podemos reaccionar ante ellas de un modo emocionalmente violento -y entonces podemos incluso proyectar esas emociones reactivas y reaccionar ante ellas entrando en una especie de espiral vertiginosa de proyecciones. Además, también puede suceder que sólo se proyecten aquellas cualidades o ideas que estén cargadas emocionalmente. Sea como fuere, si consideramos a las cualidades proyectadas en sí mismas podemos re-integrar gran parte de ellas.

Los rasgos proyectados, al igual que las emociones proyectadas, son también cualidades que «vemos» en los demás y que no sólo nos informan sino que también nos afectan profundamente. Normalmente se trata de cualidades que creemos que poseen los demás, precisamente aquellas cualidades que más aborrecemos, las cualidades que más violentamente condenamos. Poco importa que vituperemos contra los aspectos más tenebrosos de nuestro corazón con la esperanza de exorcizarlos. A veces las cualidades proyectadas son algunas de nuestras propias virtudes y entonces solemos colgarnos de aquellas personas a las que se las atribuimos y nos convertimos en una especie de guardaespaldas que intenta monopolizar febrilmente a la persona elegida. En este caso nuestra inquietud procede, por supuesto, del intenso deseo de mantenernos próximos a ciertos aspectos de nosotros mismos.

En última instancia, hay proyecciones para todos los gustos. Las cualidades proyectadas -como las emociones proyectadas- siempre son las opuestas de aquellas que conscientemente creemos poseer, pero, a diferencia de ellas, los rasgos no tienen un sentido y su integración es más sencilla. En el primer paso, exagerar nuestros opuestos, tendremos que darnos cuenta de que lo que amamos o aborrecemos de los demás no son más que cualidades de nuestra propia sombra. No se trata de algo que ocurra en nuestra relación con los demás sino en la relación que sostenemos con nosotros mismos. Al exagerar nuestros opuestos entramos en contacto con la sombra y, cuando comprendamos que somos nosotros mismos quienes nos estamos pellizcando dejaremos inmediatamente de hacerlo. Los rasgos proyectados carecen de sentido y, por ello, su integración no requiere el segundo paso de la inversión.

De este modo, exagerando nuestros opuestos y concediendo un espacio a la sombra terminaremos ampliando nuestra identidad y asumiendo también nuestra responsabilidad por todos los aspectos de nuestro psiquismo, no sólo por nuestra empobrecida persona. De este modo «rellenamos y salvamos» el abismo existente entre la persona y la sombra.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Tarde en San José

Los edificios de la CCSS iluminados por el sol del atardecer y el parque de las garantías ya oscuro con todo el conjunto dandose un airecillo a lo Magritte.


Cielo empredrado

Las ancianas sabias llamaban a este tipo de formación nubosas un "cielo empedrado" y siempre decían que si el cielo se mantiene así era señal inequívoca de que iba a temblar pronto, y la fallaban muy pocas veces!