Hoy me gustaría hablar un poco sobre los miedos. Y no me refiero acá a temores sino a miedos, que no son lo mismo aunque a veces tendamos a confundirlos.
El temor, usualmente instintivo y racional funciona bien y nos mantiene vivos; como por ejemplo el que te recomienda no acariciar ese American Stanford que evita tu mirada o el que te dice que es mala idea quedarte sola bebiendo en ese bar de playa semivacío hasta las tres de la mañana, o que no deberías cruzar a nado un río crecido con una mochila llena sobre tu espalda.
Me refiero más bien a los miedos, a los irracionales, a los ilógicos, a los inexplicables miedos sociales que nos inculcaron a la fuerza cuando éramos niños y que nos impiden crecer como seres humanos y como personas: El miedo a ofender, el miedo a caer mal, el miedo a ser malentendido, el miedo a estar solo, el miedo a ser juzgado.
O peor aun, los miedos más internos, más escondidos, aquellos que nos hacen sentir culpables y nos manejan y limitan sin siquiera darnos cuenta, los que nos obligan a hacer las cosas que más odiamos hacer sin que sepamos porqué: el miedo a decepcionar, el miedo a que no nos quieran, el miedo a no ser bueno... Y el más terrible de todos, el que más nos graban a hierro ardiendo en nuestro inconsciente: el miedo a decir No.
Me imagino que habrán leído por ahí o visto en televisión la fábula de la Hormiga y la Cigarra; una trabaja y trabaja todo el año sin permitirse un respiro, cumple todas sus obligaciones. La otra por su parte se divierte, vive tocando su violín o su flauta (dependiendo de la versión) y no hace nada más en todo el día que pasarla bien…
Luego llega el invierno y aquí es donde la historia se pone interesante, cuando llega la carestía y el frío y la Cigarra empieza a pasarla mal y a tener hambre, se las arregla para despertar sentimientos de compasión y culpa en la hormiga, haciendo que esta se sienta inexplicablemente responsable por su vida y su destino y logrando que al final le de cobijo y alimento en su refugio salvándole de una muerte segura.
O sea que la Cigarra no solo NO hizo nada durante toda su vida más que tocar su instrumento, sino que además logro que un pobre diablo que no se permitía hacer nada de lo que ella disfrutaba se sintiera responsable y le alimentara y mantuviera durante los días difíciles!
Y les aseguro, aunque la historia no lo cuente ya, que cuando llegó el verano la cigarra aún seguía viviendo a costillas de la hormiga sin saber está cómo sacársela de encima, sintiéndose responsable y de algún modo desagradecida con Dios o la vida por tener todas las cosas buenas que tiene y no ayudar a un “necesitado”, y sobre todo sintiéndose mal por no saber cómo decirle a la Cigarra que ya basta, que ya no!.
Esta, niños y niñas, es una historia con varias moralejas posibles, les invito a escribir las suyas!!!!
El temor, usualmente instintivo y racional funciona bien y nos mantiene vivos; como por ejemplo el que te recomienda no acariciar ese American Stanford que evita tu mirada o el que te dice que es mala idea quedarte sola bebiendo en ese bar de playa semivacío hasta las tres de la mañana, o que no deberías cruzar a nado un río crecido con una mochila llena sobre tu espalda.
Me refiero más bien a los miedos, a los irracionales, a los ilógicos, a los inexplicables miedos sociales que nos inculcaron a la fuerza cuando éramos niños y que nos impiden crecer como seres humanos y como personas: El miedo a ofender, el miedo a caer mal, el miedo a ser malentendido, el miedo a estar solo, el miedo a ser juzgado.
O peor aun, los miedos más internos, más escondidos, aquellos que nos hacen sentir culpables y nos manejan y limitan sin siquiera darnos cuenta, los que nos obligan a hacer las cosas que más odiamos hacer sin que sepamos porqué: el miedo a decepcionar, el miedo a que no nos quieran, el miedo a no ser bueno... Y el más terrible de todos, el que más nos graban a hierro ardiendo en nuestro inconsciente: el miedo a decir No.
Me imagino que habrán leído por ahí o visto en televisión la fábula de la Hormiga y la Cigarra; una trabaja y trabaja todo el año sin permitirse un respiro, cumple todas sus obligaciones. La otra por su parte se divierte, vive tocando su violín o su flauta (dependiendo de la versión) y no hace nada más en todo el día que pasarla bien…
Luego llega el invierno y aquí es donde la historia se pone interesante, cuando llega la carestía y el frío y la Cigarra empieza a pasarla mal y a tener hambre, se las arregla para despertar sentimientos de compasión y culpa en la hormiga, haciendo que esta se sienta inexplicablemente responsable por su vida y su destino y logrando que al final le de cobijo y alimento en su refugio salvándole de una muerte segura.
O sea que la Cigarra no solo NO hizo nada durante toda su vida más que tocar su instrumento, sino que además logro que un pobre diablo que no se permitía hacer nada de lo que ella disfrutaba se sintiera responsable y le alimentara y mantuviera durante los días difíciles!
Y les aseguro, aunque la historia no lo cuente ya, que cuando llegó el verano la cigarra aún seguía viviendo a costillas de la hormiga sin saber está cómo sacársela de encima, sintiéndose responsable y de algún modo desagradecida con Dios o la vida por tener todas las cosas buenas que tiene y no ayudar a un “necesitado”, y sobre todo sintiéndose mal por no saber cómo decirle a la Cigarra que ya basta, que ya no!.
Esta, niños y niñas, es una historia con varias moralejas posibles, les invito a escribir las suyas!!!!